Los votos. Pobreza. Castidad. Obediencia

Los votos religiosos: pobreza, castidad y obediencia, camino de amor total

Por amor a Cristo, muchos hombres y mujeres en la Iglesia lo dejan todo. No por desprecio del mundo, sino por amor al Reino que viene. En un tiempo marcado por la búsqueda del placer, la riqueza y la autonomía personal, los votos religiosos son una luz profética que muestra otro modo de vivir: el de Jesús pobre, casto y obediente.

¿Qué es un voto?

Un voto es una promesa hecha a Dios. No es un simple propósito humano, sino un compromiso sagrado por el cual una persona se entrega al Señor con todo su ser. El Código de Derecho Canónico lo define como una “promesa libre y deliberada hecha a Dios de un bien posible y mejor” (cf. c. 1191).

Entre todos los votos, destacan los votos religiosos, mediante los cuales los miembros de los institutos de vida consagrada se comprometen solemnemente a vivir los consejos evangélicos: pobreza, castidad y obediencia. Estos no son simples renuncias, sino formas de amar más y mejor, reproduciendo en la propia vida el estilo mismo de Jesucristo.

“Por medio de los votos de pobreza, castidad y obediencia, ustedes pueden ser portadores de luz para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo.”
Papa Francisco, Jornada Mundial de la Vida Consagrada


✨ El voto de castidad: amar con corazón indiviso

El canon 599 del Derecho Canónico enseña:

“El consejo evangélico de castidad asumido por el Reino de los Cielos, en cuanto signo del mundo futuro y fuente de una fecundidad más abundante en un corazón no dividido, lleva consigo la obligación de observar perfecta continencia en el celibato.”

El voto de castidad no es una simple abstención, sino un modo de amar como Cristo amó. Quien lo profesa se compromete a vivir con el corazón totalmente entregado a Dios, orientando toda su capacidad afectiva hacia Él y hacia el servicio de los demás.

En una sociedad donde el amor se mide por el deseo o la utilidad, la castidad consagrada recuerda que el amor verdadero no posee, sino que se dona. Es el amor que no exige, sino que acoge; que no usa, sino que libera.

“El amor casto muestra a los hombres y mujeres modernos un camino de sanación del aislamiento, en una forma de amar libre y liberadora.”
Papa Francisco

El consagrado vive la castidad no como represión, sino como anticipación del cielo, donde “ya no se casarán, sino que serán como los ángeles de Dios” (Mt 22,30). En su corazón late el amor eterno del Esposo divino, un amor que abraza a todos sin dividirse.


💧 El voto de pobreza: libre para amar

El canon 600 indica:

“El consejo evangélico de pobreza, en seguimiento de Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, comporta además de una vida pobre de hecho y de espíritu, una dependencia y limitación en el uso y disposición de los bienes conforme al derecho propio de cada instituto.”

Vivir la pobreza evangélica no significa despreciar los bienes materiales, sino ordenarlos según el amor. El religioso renuncia a poseer, no porque los bienes sean malos, sino porque quiere que su único tesoro sea Dios.

En un mundo que idolatra el consumo y la comodidad, la pobreza consagrada recuerda que “no sólo de pan vive el hombre” (Lc 4,4). Es una protesta silenciosa contra el egoísmo y una proclamación de libertad interior.

Ser pobre por amor es poder decir: “Mi riqueza es Cristo”. Es vivir desprendido, solidario, generoso. No es un vacío, sino una plena disponibilidad para servir y para compartir.

“La pobreza muestra cómo las cosas tienen valor en el orden del amor, y rechaza todo lo que puede ofuscar su belleza: el egoísmo, la codicia, la dependencia.”
Papa Francisco


🔥 El voto de obediencia: escuchar y seguir a Cristo

Dice el canon 601:

“El consejo evangélico de obediencia, asumido en espíritu de fe y amor en el seguimiento de Cristo obediente hasta la muerte, obliga a someter la voluntad a los superiores legítimos cuando mandan conforme a las constituciones del propio instituto.”

La obediencia es quizás el voto más exigente, porque toca lo más profundo del ser humano: su libertad. Pero es también el que más transforma al alma en Cristo.

Jesús mismo fue “obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2,8). El consagrado aprende de Él a confiar, a escuchar, a renunciar a sí mismo por amor. Obedecer no es someterse ciegamente, sino reconocer la voz de Dios en la mediación de la Iglesia y de los superiores.

“La obediencia es signo para nuestra sociedad porque se basa en escucharse unos a otros y luego actuar, aun a costa de renunciar a los propios gustos y preferencias.”
Papa Francisco

En una cultura que exalta la autonomía y el “yo hago lo que quiero”, el voto de obediencia proclama una verdad olvidada: la verdadera libertad es hacer la voluntad de Dios.


Un amor que se hace comunidad

Los votos no se viven en soledad. Cada consagrado y consagrada pertenece a una comunidad, donde se comparte la fe, la oración y la misión. Es un espacio donde se aprende a amar en lo concreto: en la vida fraterna, la paciencia, el perdón, el servicio.

El religioso no busca sólo su santificación, sino que construye junto a otros una familia espiritual. La comunidad se convierte así en el rostro visible del Reino de Dios, donde todos son hermanos y hermanas en Cristo.

En un mundo sediento de autenticidad, los religiosos y religiosas son signos vivos de esperanza, testigos de que vale la pena darlo todo por amor.

Seguir a Cristo pobre, casto y obediente no empobrece la vida… la colma de sentido.